Enseñas mejor lo que más necesitas aprender...

Se trata de un artículo que he escrito para el boletín de la FEMECV sobre seguridad en montaña, interesante.
¡Quines ganes de passar fred!. Es lo que me decía mi abuelo cada vez que me veía salir por la puerta con la
mochila para irme al monte. Hombre de república, de guerra y de postguerra. Sabía lo que era el hambre y el frío. Pues imaginaos el abuelo de un amigo que además había estado con la División Azul en la Unión Soviética.


El frío es, sin duda, un peligro que está ahí.

Las advertencias de mi abuelo fueron calando poco a poco en mis padres y un año me regalaron un ‘tinsulate’ de última generación. Aquello era lo último para combatir el frío. Tiempo después lo destrocé en un derrape con la Vespino, pero hasta entonces me ha sacado de bastantes apuros.

Aún con el ‘tinsulate’ en el macuto el peligro seguía estando ahí, pero el riesgo se minimizaba poco a poco. La seguridad aumentaba con la toma de medidas (el plumas llegó con los primeros sueldos).

El peligro es una cuestión más objetiva que de otra índole. Lo conocemos o así lo creemos, sabemos dónde está, o no, por dónde se mueve, sus causas, qué y/o quién lo puede producir, etc.

Lo que nos debe de poner en guardia es el riesgo. Lo definiría como el lugar de encuentro, el cruce entre nosotros (montañeros, corredores, escaladores, barranquistas… personas) y cualquier tipo de peligro.

El frío estaba ahí, siempre ha estado y siempre estará. Yo estaba en mi casa, o en los garitos, o en el monte, donde siempre he estado y estaré. Pero en un momento dado el frío y yo nos cruzamos. Él va a seguir siendo un tipo duro, una condición, una circunstancia a la que se la va a traer floja mi presencia. Yo seré-actuaré-reaccionaré de forma diferente según me encuentre con él pertrechado con mi sudadera de algodón o con mi ‘tinsulate’. Mi futuro va variar según llegue a ese cruce en 600 ó con un Volvo.

Antes de seguir quiero apuntar una frase que siempre tengo presente, principalmente para minimizar el factor ‘bocazas que tú también las has hecho’. Una sentencia del genial Richard Bach que dice “enseñas mejor lo que más necesitas aprender” es la excusa perfecta para dar lecciones y escudarse en aquello del ‘errare humanum est’.

Dicho esto afronto el tema de la seguridad en montaña (extrapolable a cualquier actividad) desde cuatro puntos de vista.

En primer lugar nos planteamos un reto, una actividad que nos producirá satisfacciones, jamás a coste cero (aquí no hay nada gratis). Antes de las cervezas nos encontraremos unos peligros, recordáis, el momento del cruce entre el peligro y el ser actuante. El reto implica ese encuentro.

En segundo lugar contamos con una serie de habilidades, un conjunto de estrategias que nos van a ayudar a salir lo más airosos posible de ese momento de cruce entre el peligro y nosotros. Con esas habilidades reduciremos el riesgo, es más, podemos llegar a convertirlo en magia, en diversión, en flow. Jamás nuestras habilidades harán que el riesgo sea cero. Lo minimizamos pero nunca lo anulamos. Ojito pues con las sobrevaloraciones y con todo lo contrario. Todos conocemos de sobra cuáles son esas habilidades que necesitamos en cada modalidad: Formación, conocimiento de técnicas, entrenamiento, preparación física y psicológica, etc. Del factor suerte ya hablaremos en otro momento. Lo que sí me aconsejo y no está mal que os lo transmita, es que no confiéis jamás en la suerte. Si echamos un vistazo a las diferentes situaciones que nos han tenido en vilo en la montaña en alguna ocasión seguro que la suerte andaba lejos, algún factor se nos ha escapado, algo con lo que no contábamos, algo que hemos calificado, ignorantemente, de buena o mala suerte. En fin, complicado lo tenemos si no contamos con habilidades en la vida.

El tercer aspecto que me ocupa es el de la actividad en sí. El momento del cruce. Cuando nos planteamos el reto debemos ir al cruce con una serie de habilidades ‘puestas’, pero este es el instante mismo del cruce, momento en el que aparecen los recálculos continuos, ahora la actividad es una sucesión de cruces entre nosotros y los riesgos. Momento de saber gestionar lo que está sucediendo. Y este saber gestionar también es una habilidad que hay que desarrollar.

Y finalmente, siempre hay un final, como el cafetito después de comer, llega la hora de la valoración, de analizar lo que ha sucedido y de la acumulación de experiencia. Esta experiencia es también una habilidad.

Y como todo en esta vida, los éxitos generales son equilibrios puros y duros. Si tus habilidades son las necesarias para conseguir los retos que te propones triunfarás, gozarás, serás feliz, alcanzarás el flow. Si tus habilidades son superiores a los retos que te planteas es probable que te aburras, imaginaos al machaca de 7º en una pared de 4º. Pero, --esto es lo grave, esto son los rescates, son las imprudencias, son los cementerios llenos de valientes y son los abuelos que se parten de risa cuando te ven llegar muerto de frío a casa— cuando tus habilidades son inferiores a los retos que te propones, la has pifiado amigo.

Y aquí es cuando me remito la sentencia de antes (léase con voz profunda, de iglesia, de esas que infunden temor, de esas que procuran clavarse en tu mente para siempre) “enseñas mejor lo que más necesitas aprender”. O como dicen los de Extremoduro, tan sabios si cabe, “me estoy haciendo viejo y empiezo a razonar”…

Es cuestión de tener dos dedos de frente: Busca un reto, infórmate, conoce sus peligros, sus posibles riesgos, qué necesitas para afrontarlo. Mírate al espejo y sé crítico contigo mismo, pregúntate si con lo que llevas puesto (experiencia, formación, entrenamiento, material, habilidades a fin de cuentas) vas a poder disfrutar o sufrir ante ese reto. Vete, revuélcate en el barro y cuando vuelvas a casa saca conclusiones: Qué ha pasado, si llevabas lo necesario, qué te ha faltado, qué hubiera sucedido si…

Anota tu experiencia. Tus habilidades se han incrementado. Tus retos serán más atractivos.

Jaime Escolano. Técnico Deportivo en Montaña.

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