Rincones, fumarolas y la avispa borracha

Ningún día en la montaña es igual a otro. Ni mejor ni peor. Diferente. Y siempre sorprendente. El día que no descubra algo me retiro...
Seguimos una ruta y, como siempre, un pequeño desvío, un -por muy pequeño que sea- cambio de planes nos lleva a disfrutar de algún recoveco nuevo.
Sólo hallamos los restos de las cabras en la base de este precioso abrigo. No veo marca humana por ninguna parte. Es imposible, quiero pensar, que no hayamos llegado ya a este hueco del mundo. Un trocito de bosque mediterráneo primitivo, limpio, puro, fresco de cara norte...
Cobijado por unas impactantes peñas colorás como la caída de nuestro sol, tiesas y orgullosas, colgantes sobre nuestras cabezas. Apunto el lugar para una futura pernocta.
Y, como casi siempre, buscamos lo más alto, donde siempre hay recompensa en el horizonte. El día, de otoño perdido, me recuerda el fuego, pero en esta ocasión las fumarolas son húmedas y se agarran a la montaña con amor.
Y a pesar de la fenomenal temperatura jamás renunciamos a una buena hidratación. En un descuido la avispa me deja sin la clarita de marras y marchó volando, haciendo eses, arrebatando a la gravedad todo el peso de la suave birra (véase instagram https://www.instagram.com/jaimescolano/     https://www.instagram.com/p/BKgO2fBgEpvEziGlIDVJ_Ay7StT74HldOk9x380/?taken-by=jaimescolano )
PD: El lugar importa, pero más otros factores, sin duda.

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